Descripción
Rosita Escalada Salvo
PAITO (TAPA CELESTE)
EDICIONES DEL YASI
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Peso: 0.7 kgs.
ISBN: 456280
Reseña:
Paíto -sin duda debe su apodo al diminutivo infantil de pajarito- vive con su abuelo, el Sombrero Ca-á, como le dicen en el barrio no sólo los chicos, los adultos también. Y todo porque día y noche usa sombrero; negro, desteñido, deformado, inseparable. El Sombrero Ca-á, paso lento, casi arrastrado. Raspando las alpargatas en las veredas toscas. Encorvado, grisáceo. Indefinible
Paíto ¡sí, que es un pajarito, un gorrión abandonado que cuchichea todo el día-, tiene cinco años. Cinco años y un mundo que se reduce a su abuelo y él. Nadie más. Su madre hija de p
como la llama su abuelo cuando por las noches, no siempre, se emborracha, lo dejó con él cuando apenas conocía el equilibrio de rodillas y manitas llenas de tierra. Lo dejó por unos días
Voy a ver si consigo trabajo, después lo llevo. Tomó el tren que venía del Paraguay sin despedirse de nadie, porque nadie fue a despedirla. Y seguramente se encontró con una ciudad cerrada, donde tampoco nadie la esperaba.
Lo dejó por unos días
¿No habrá encontrado trabajo aún? Paíto tiene cinco años. Un macho habrá encontrado, dice por las noches, con voz ronca, su abuelo, que monologa en semitono mientras se balancea en la destartalada silla que lo soporta en sus viajes nocturnos atemporales. Los recuerdos van y vienen
La mujer, que tuvo la ocurrencia de morirse en el Hospital Madariaga, cuando todavía era fuerte para lavar la ropa
Los hijos varones, vaya a saber con qué prontuario
Uno se murió río abajo, contrabandeando. Sin identificar, dijo la Policía. Pero él sabía que sí, que era el Juancho. Por el reloj pulsera marca Rolex que se había comprado el día anterior. Con qué plata, le dijo. Qué te importa
Por el reloj pulsera. Nada más que por eso. Y lo del contrabando. Identificarlo
¿para qué? Ya estaba muerto. Y bien baleado que estaba, le dijeron
Paíto interrumpe tímidamente sus recuerdos de viejo bamboleante. Tironea del saco gastado. tata, tengo hambre
Coma usté, yo no via cená
en la olla quedó algo
Paíto revuelve el guiso frío del mediodía. No oye más la cháchara de su abuelo. Comienza, él también, a viajar por su universo poético, increíblemente puro, donde todas las fantasías son posibles. Y en voz bajita cuchicheo de pichón- se cuenta cosas y habla con seres imaginarios. Amiguitos que no conoce. El perro que no tiene. La mamá que algún día vendrá a buscarlo y que tiene la cara de la maestra rubia que pasa todos los días frente a su casa, y la voz de la vecina renegona, madre de siete hijos lustrabotas y diarieros.